lunes, 16 de marzo de 2009

La Triste Muerte de un Inmortal

LA TRISTE MUERTE DE UN INMORTAL

Hace muchos años, vivió en Transilvania un aristócrata muy galante de tenebrosa y extraña actitud

llamado Drácula, según la obra literaria del escritor irlandés Bram Stoker. Fue muy amante a la

soledad, convirtiéndose en un peligro para la comunidad, por su inclinación a los paseos nocturnos

en noches de luna llena, en los que misteriosamente desaparecían muchos pobladores sin dejar

rastro alguno. Esto despertó sospechas en los habitantes del lugar.

Aquellos acontecimientos obligaron a sus residentes a tomar medidas muy serias y apersonarse del

misterioso caso. Por esta razón emprendieron la búsqueda por todos los rincones del pueblo para

tratar de dar con el paradero de los desaparecidos. Al cabo de varios días de búsqueda, sus

esfuerzos se vieron compensados, al encontrar en uno de los parajes, los cadáveres de las personas

buscadas. Éstos se encontraban rígidos, no había muestras de sangre en ellos, y todos registraban

algunas marcas y mordeduras en el cuello.

Ante estos hechos, sus sospechas, estaban por confirmarse; siendo el caso tan confuso, no dudaron

en relacionarlo con el irregular comportamiento de aquel personaje. Lo que estaba sucediendo,

despertó mucha curiosidad entre los pobladores que enseguida comenzaron a especular sacando sus

propias conclusiones, y colocando un toque de misterio y de terror a lo acontecido.

Lo que para muchos se tomó como especulación, repentinamente se convirtió en realidad, al mirar a

uno de los parroquianos entrar atropelladamente al pueblo gritando muy asustado. Luego un poco

más calmado, le relató a sus vecinos que había logrado escapar de las manos del escurridizo asesino

gracias al crucifijo que llevaba colgado en su pecho, y que cuando éste estaba a punto de

asesinarlo, su camisa se abrió mostrando el crucifijo que brillaba con el resplandor de la luna, lo

que le permitió reconocer su rostro, antes que éste escapara huyendo despavorido, y tapándose la

cara con una capa negra que llevaba, encima de la ropa que vestía. No cabía duda, todas sus

sospechas se habían confirmado, el conde era el peligroso asesino. Pero ahora les asaltaba otra

duda. Por qué éste había escapado huyendo de aquella forma.

Al igual que otras veces, los parroquianos se reunieron en la plaza principal del pueblo, pero no

para celebrar las fiestas a las que estaban acostumbrados. El motivo era otro. Armados con toda

clase de objetos. Quisieron aprovechar la claridad de la luna para ir detrás del asesino. Ya no

sentían temor. Esta vez sentían una mezcla de rabia y rencor por todo lo que estaba sucediendo.

Nunca habían tenido la oportunidad de visitar sus propiedades, y esta era la oportunidad para

hacerlo. A prisa se dirigieron hasta el lugar con la esperanza de encontrarlo y cobrar aquellos

crímenes. Al llegar a la mansión la sorpresa fue mayúscula; el lugar se encontraba vacío, y no había

vestigios de vidas humanas en su interior. Recuperados de su asombro abandonaron el castillo y

marcharon con destino al sitio, donde semanas antes habían hallado los cadáveres. Estaban seguros

de encontrar alguna pista sobre el misterioso asesino. Habiendo recorrido una corta distancia,

alcanzaron a oír algunos gritos. Aceleraron el paso, y a pocos metros vislumbraron entre la

penumbra la figura de un hombre que huía desesperadamente al escuchar las pisadas y las voces

del grupo. Intentaron seguirlo, pero una débil voz los detuvo; era alguien que agonizaba. Otra

victima del misterioso personaje.

Un poco tarde comprendieron que esa no era la manera de atrapar al delincuente, por eso regresaron

al castillo muy de madrugada con la intención de esperarlo en su propia guarida. No había

transcurrido media hora cuando se percataron de la presencia de un murciélago entrando por la

ventana. Escondidos y sin ser vistos, observaron con sorpresa que aquel animal se transformaba

ante ellos en un ser humano.

Con mucha precaución, lo siguieron a corta distancia, lo vieron penetrar a uno de los cuartos. De

manera acelerada éste se dirigió a un extremo de la habitación, donde se encontraba un ataúd, le

levantó la tapa y se introdujo en él. Ya sabían por qué había huido ante la figura del crucifijo, era un

vampiro.

Por historias callejeras, supieron que para acabar con este ser infernal deberían clavarle una estaca

en su pecho, por eso aprovecharon el momento para labrar un pedazo de tronco, el que luego

incrustaron en su cuerpo, causándole la muerte en forma inmediata.

Transcurrieron varios siglos en los cuales algunos recordaban al extraño personaje por su aparición

en los libros y en las películas, hasta que un día cualquiera del año 2008, apareció en las calles de

Bogotá, un desconocido, frecuentando los más lujosos clubes nocturnos, y departiendo con las

mujeres más elegantes del lugar. Meses atrás en Transilvania, alguien había visitado la tumba del

conde Drácula, abriendo el ataúd donde reposaban sus restos, extrayendo de su pecho el pedazo de

madero que lo mantuvo sin vida durante tantos años.

Mientras en la ciudad de Bogotá, las personas ignorantes de lo sucedido, solo veían en el foráneo,

un excéntrico personaje de la alta burguesía, que se dedicaba a derrochar el dinero a manos llenas.

Durante mucho tiempo este sujeto fue esclavo del despilfarro, y de las fiestas que organizaba en su

apartamento. Después de las celebraciones, aparecían por los contornos del barrio, algunos cuerpos

sin vida de jóvenes, con magulladuras y heridas en el cuello. Las autoridades no tenían pista alguna

sobre el verdadero culpable, y al igual que lo sucedido en Transilvania en los primeros siglos de la

edad media, los cadáveres encontrados, siempre aparecían sin asomo de sangre en las venas.

Los habitantes del vecindario molestos y preocupados por los hechos, se vieron obligados a acudir

ante las autoridades y ponerlos al tanto de la situación. De inmediato varios oficiales acudieron

al llamado para tratar de hablar con el sindicado y ponerle fin al problema.

Grande fue su sorpresa, cuando al llegar al apartamento, vieron algunas personas aglomeradas a la

entrada de la puerta. En su interior se encontraba su propietario tirado en el piso, parecía estar

gravemente enfermo; rápidamente lo trasladaron a un centro médico donde le brindaron los

primeros auxilios, dejándolo internado por su delicado estado de salud.

Pasó muchos días en la clínica donde le practicaron numerosos exámenes, y al cabo de un tiempo

los médicos les informaron a las autoridades responsables, que éste había contraído el virus del sida.

El desconcierto se apoderó de los agentes del orden, por que no poseían ninguna información sobre

la identidad del sujeto que los condujera a dar con la dirección de sus familiares.

Después de debatirse entre la vida y la muerte, el enfermo dejó de existir por causa de la mortal

enfermedad. Los habitantes de la ciudad nunca supieron que por sus calles se había paseado el

conde Drácula y que el inmortal había muerto víctima de su adicción a la sangre.

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